En la guerra entre la civilización y el salvajismo el frente está en todas partes: en Londres y en París, en Nueva York y en Madrid, en El Cairo y en las pequeñas aldeas del norte de Siria. No se trata de una batalla puntual o de una coyuntura que pasará en breve. El terror ha venido para quedarse y está instalado en todas partes.
Los islamistas radicales que nos atacarán esta noche, mañana o pasado mañana –o todos y cada uno de estos días– tal vez adquieran conocimientos militares en las montañas del norte de Afganistán, pero la ideología criminal que les embota la cabeza ha nacido y se ha desarrollado en Occidente. El fundamentalismo criminal que conocemos no es un retorno a un presunto pasado medieval del Islam y no puede explicarse simplemente como una interpretación extremista del Corán o de la Sharía. Es un fruto de nuestro tiempo y de nuestra cultura.
La barbarie es nuestra, es contemporánea. Los jóvenes que atentan en Europa, en África o en Norteamérica, y que no tardarán en hacerlo en otros países que ahora creemos a salvo, no se han criado en los abruptos desfiladeros de Nangarhar, sino en apartamentos marginales situados en las periferias de las urbes modernas.
El Papa se ha referido a estas doctrinas antirreligiosas como “barbarie” y ha insistido en que “usar el nombre de Dios para justificar la violencia es una blasfemia”. Francisco sabe que no habla de una religión, ni siquiera de una versión extraña, heterodoxa, del Islam, sino de una per-versión pseudorreligiosa: una ideología.
Una ideología totalitaria y proselitista que pretende hacernos iguales a ellos provocando nuestra reacción, es decir, convertirnos en bárbaros contagiándonos su barbarie. Su victoria no es nuestro temor. Su victoria es que derrumbemos los pilares de la democracia y de la convivencia al reaccionar en su contra. Lo que buscan es convertirnos en nuestros principales enemigos.
El problema por lo tanto, nos dice el Papa, no es religioso: “No existe el terrorismo cristiano, no existe el terrorismo judío y no existe el terrorismo islámico.” El problema es caer en una ideología que nos impide ver la realidad, ver al otro: “el peligro es negar al prójimo y así, sin darnos cuenta, negar su humanidad, nuestra humanidad, negarnos a nosotros mismos, y negar el más importante de los mandamientos de Jesús. Esa es la deshumanización.”
Por Marcelo López Cambronero