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País minado

El conocido estudioso de las ciencias sociales, el doctor Zygmunt Bauman, en su obra póstuma titulada “Retrotopía”, analiza la situación y tendencia de la actual sociedad globalizada. Es conocida y reconocida su interpretación y teoría de la llamada “sociedad líquida”. Ahora, sirviéndose de una imagen del estudioso de la cultura Yuri Lotman, compara nuestra sociedad global con un campo minado. Algo para pensar. Dice a la letra: “Lo que todos sabemos con certeza de los campos de minas es que están sembrados de explosivos; lo que razonablemente suponemos de ellos es que, tarde o temprano, se producirán allí explosiones; pero de lo que no tenemos idea alguna es de cuándo ni dónde tendrá lugar la siguiente explosión” (Pg 33). Paradójicamente, cuando el peligro es mayor la conciencia de padecerlo disminuye. Este principio, aplicado a la inteligencia, advierte que la inconciencia humana crece hasta llegar a la estupidez.

Para ayudarnos a recobrar la sensatez, el autor nos explica que “el único remedio a tan espantoso estado de conciencia de la inminencia de las detonaciones, es abstenerse de minar los campos de ese modo: una idea muy lógica en sí misma que, sin embargo y por desgracia, sigue siendo quimera en nuestra situación actual”. Su pesimismo se funda en el hecho de que el hombre es el único ser que, por tener condicionada su libertad a sus pasiones egoístas, no sigue “su idea muy lógica”, su razón, sino que va tras la “quimera”, el autoengaño y la destrucción. Si queremos traducirlo en lenguaje cristiano, san Pablo lo condensa en esta frase memorable: “Veo el bien y lo apruebo; pero hago el mal que repruebo” (Rm 7,8). Este es nada menos que el dogma católico del “pecado original”, que todos  padecemos pero que preferimos ignorar.

Si bajamos a la vida cotidiana esta doctrina católica sobre el pecado original, o la teoría del doctor Bauman de la vuelta a la barbarie y a la tribu,  la retrotropía, podemos echar una somera mirada a nuestra realidad nacional y constatar que somos un país minado por doquier. Contaminado en lo que se refiere al medio ambiente; discriminado en lo social: indígenas, campesinos, pobres; en el derecho del respeto a la vida del recién concebido o próxima a su ocaso, un país de candidatos a ser eliminados. En los demás sectores sociales, culturales y religiosos habrá que enumerar a los amenazados por la común y universal situación de violencia, con el alma llena de miedo de ser asaltados o secuestrados en la calle o en el propio hogar. El temor a la muerte violenta no puede eliminarse haciendo desfilar vistosas pantomimas necrófilas en figuras de cartón.

Refiriéndose a la violencia armada, nuestro autor señala que toda solución hasta ahora propuesta, no pasa de ser una quimera, si consideramos que los actuales complejos militares-industriales escapan prácticamente a todo control político. Ellos “no desistirán de sus fabulosos beneficios”, pues saben aprovechar “los medios de comunicación planetarios cuando inflan el impacto y las repercusiones hasta en los más mínimos episodios de disparos en cualquier localidad… dándoles una visibilidad y una audibilidad global y ‘en tiempo real’, reciclándolos así, sin ningún coste adicional” (p. 34). Así, los medios de comunicación pasan de informadores a multiplicadores de violencia y agresión, y contribuyen a minar la conciencia moral y el alma nacional. Los intereses económicos, políticos y mediáticos han secuestrado la conciencia moral, y minado el sentido religioso nacional. La enfermedad nacional que llamamos corrupción no se cura reduciéndola al ámbito legal o penal, siendo, como es, un asunto de conciencia. De moral pública e individual.

Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín