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Primero escuchar

“El servicio que el sacerdote presta como ministro de parte de Dios para perdonar los pecados es muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les curase.” (Papa Francisco)

En la confesión el sacerdote primero escucha, y mientras escucha intenta discernir la situación de la persona que acude a él, cómo se encuentra y en qué circunstancias cometió aquello para lo que pide perdón. Su misión principal es recoger el dolor del pecador y acercarle el perdón de Dios y, si es conveniente, ayudarle a corregirse con consejos dirigidos a su comportamiento o, más frecuentemente, a su corazón.

Esa es la forma de “hacerse prójimo” –en una acertada expresión del Papa-, y también tiene que ver con la manera en la que los laicos tratamos a quienes conocemos a lo largo de la vida. Nosotros no somos Dios, no sabemos el interior de las personas, ni sus intenciones ni su sufrimiento. Para ayudar a otros, para darles a conocer la misericordia del Señor, primero tenemos que escucharles. Y la escucha no es la actitud de un fontanero que pretende arreglar los problemas de los demás porque se sabe el discurso y las técnicas a aplicar. El ser humano es demasiado complejo como para reducirle a esquemas morales prefabricados que, cuando se “administran” sin escucha ni discernimiento, no son más que una ideología que aleja de Cristo.

El que escucha se humilla y se vuelve mendigo con una atención diligente y amorosa. Bajamos la cabeza para suplicar que se nos admita al terreno sagrado de la interioridad de otro, sabiendo que no tenemos la respuesta, que la respuesta no es la aplicación desencarnada de un principio matemático-moral. La respuesta sólo la tiene Dios y nosotros, sea cual sea nuestro estado o vocación, estamos llamados a ser una compañía que cargue con la angustia y la ansiedad de quien nos habla para que le llegue el abrazo de Otro del que nosotros sólo podemos ser, y por la Gracia, testigos.

Por Marcelo López Cambronero