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Los mexicanos y el premio Oscar

Parecería que lo mexicanos deberíamos estar de plácemes por las nominaciones que han recibido, para 2018, las películas Coco y La forma del agua. Una es una historia de dibujos animados con un tema “mexicano”: el Día de Muertos. La otra es una película de ciencia ficción producida, escrita y dirigida por Guillermo del Toro, un mexicano. Con ellas, se dice, se demuestra que los temas mexicanos trascienden fronteras, y que el talento mexicano puede ser el mejor mundialmente.

Sin negar de ningún modo estos dos puntos, quiero expresar algunas reservas que tengo acerca de Coco y acerca de La forma del agua.

Coco ciertamente es una historia deliciosa y apta para todo público. Qué bueno que celebre a la familia extensa. Qué bueno que intente retratar algunos aspectos de la “cultura mexicana”. Pero mis dudas consisten justo en preguntarme si de veras retrata lo mexicano. Lo hace tan bien como Aladdin lo hizo con la cultura árabe, Ratatouille con la cultura francesa, y Frozen con la cultura escandinava. Nos ofrecen todas ellas clichés norteamericanos sobre otras naciones con mensajes más bien de moda en algunos círculos intelectuales de allende el Bravo: “sé libre”, “sé diferente”, “atrapa la oportunidad”, etc. Así, Coco no es sino una historia más de Disney con vestidura “mexicana”, una vestidura que por cierto no nos acomoda a todos los mexicanos. México es más diverso que las toneladas de cempasúchil que inundan la pantalla de la película. Ahora, si bien en Coco no se ocultaron las cruces de las casas, de los templos y de los cementerios, como podría haber ocurrido por provenir la película de un entorno hollywoodense enemigo de la religión, esas cruces, sin embargo, evitaron mostrar el crucifijo.

El caso La forma del agua es aun más criticable. Reconozco que es una historia muy ingeniosa y, podríamos decir, hasta “romántica”. La ambientación y escenografía de fines de los cincuentas y principios de los sesentas está bien lograda. Retrata también aspectos muy tristes de la cultura norteamericana de entonces: la discriminación racial, contra la mujer, contra los homosexuales, la locura de la guerra fría (entre Estado Unidos y Rusia), la falta de ética en la experimentación científica, etc. Con todo, la película acaba ofreciendo generalizaciones apresuradas y extremadas del Hollywood de hoy, que ya nos han cansado a muchos: hombre blanco igual a hombre malo, tan malo que ni es capaz de erotismo pues copula como animal (escena de sexo innecesaria), científico bueno acaba mal porque después de todo es hombre y por hombre un tonto, mujer blanca es tonta por amar a hombre blanco, homosexual es bueno por ser homosexual pero es tonto por ser hombre, mujer negra es buena por ser mujer y ser negra, hombre negro es bueno por ser negro pero por ser hombre es un tonto y un inútil, mujer blanca es buena por ser diferente y discapacitada, y por supuesto, es la heroína porque sus gustos sexuales son diferentes: se atreve a acostarse con el monstruo de la laguna verde (un monstruo que no tiene más diseño técnico que el ofrecido en las películas del luchador El Santo). No me sorprende que la celebren en Hollywood porque resume toda la filosofía hollywoodense actual.

No me sorprende tampoco que, con esta oferta de cine hollywoodense, crezca en Estados Unidos, entre los hombres blancos, la simpatía por Trump. Al menos él no los trata a ellos como bastardos.

por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.