En la misa dominical de este año vamos a escuchar el evangelio según San Marcos enriquecido con el de san Juan. Comenzamos con la presentación que hace Juan el Bautista de Jesús como “el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”. Al oír este señalamiento los discípulos de Juan dejaron a su maestro y siguieron a Jesús. Jesús, volviéndose hacia ellos, les hizo esta pregunta: “¿Qué buscan?”. Estas son las primeras palabras que pronuncia Jesús, y el cuarto Evangelio las enmarca en el llamado a los discípulos. Son, por tanto, para todos los que quieran seguir a Jesús. Los discípulos responden con otra pregunta clave también en el Evangelio de san Juan: ”Rabbí, ¿dónde vives?”. Tanto el “qué” como el “dónde” esconden el misterio de Jesús.
Seguir y estar con Jesús es condición para ser su discípulo. Pero antes hay que saberlo buscar y encontrar, porque hay muchas maneras, algunas perversas, de buscar a Jesús. Después de la multiplicación de los panes los judíos van a buscar a Jesús, pero él les reclama: “Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse”. No creen en los signos providentes y misericordiosos de Dios realizados por Jesús, sino en la necesidad satisfecha. El pan que da Dios siempre supone la escucha y aceptación de su palabra y de sus signos milagrosos, los sacramentos, como sucede en la Eucaristía.
San Juan señala otras búsquedas de Jesús perversas: Lo buscan para matarlo (7, 1), para arrestarlo (7,19), o para apedrearlo (11,8). A éstos Jesús les responde misteriosamente: ”Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado” (8,21). Son búsquedas inútiles que llevan a la perdición. Jesús se dejará encontrar por sus captores cuando él salga a su encuentro y él mismo les haga la pregunta: “¿A quién buscan?”. Entonces responderá majestuoso: “Yo soy”. A María Magdalena que lo buscaba le respondió con afecto llamándola por su nombre.
La Iglesia nos ofrece este evangelio al inicio del año para que ratifiquemos o rectifiquemos nuestra búsqueda y seguimiento de Jesús. Se trata de nuestra identidad cristiana. Esta misma fue, en efecto, la pegunta que nos hizo el sacerdote cuando, en brazos de nuestros padres y acompañados de los padrinos, nos presentaron a la puerta del templo: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?”. Allí respondimos que buscábamos la Fe cristiana para conseguir la vida eterna. Respuesta que tenemos que dar con hechos todos los días, puesto que la fe que no crece se atrofia y muere.
No toda búsqueda de Jesús es legítima, pues los intereses torcidos pervierten el corazón. Pero a todos se nos ofrece la oportunidad de enderezar la intención. Nadie es rechazado de antemano, mucho menos condenado en vida. Sólo el empecinado en el mal se pierde, como señaló Jesús a sus adversarios: “Me buscarán y no me encontrarán, porque donde yo voy ustedes no pueden venir (Jo 7,34)”. Los Magos buscaron a Jesús para adorarlo, Herodes para asesinarlo. Ante la fragilidad del “Cordero de Dios” destinado al matadero por nuestros pecados, la gran tentación es querer sostener la debilidad de la Iglesia con apoyos políticos o militares. “La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios” (Benedicto XVI: Jesús de Nazaret, I. p. 64).
Por Mario De Gasperín Gasperín