Fue el 13 de marzo del 2013. En la Plaza de San Pedro se acumulaba una multitud como nunca se había visto, mientras las televisiones de todo el mundo estaban pendientes del cónclave. Aquel día, como en una extraña premonición, una gaviota blanca disfrutaba de la atención mundial encaramada en lo alto de la chimenea que sobresale del techo de la Capilla Sixtina.
A las 19:06 apareció humo blanco y todas las miradas se concentraron en el balcón desde el que el Cardenal protodiácono, Jean-Louis Tauran, debía anunciar el nombre del nuevo Papa. Ya no nos acordamos, pero en casi todos los medios de comunicación se hablaba de Angelo Scola, de Luis Tagle, Marc Ouellet… pero nadie se acordaba de Jorge Mario Bergoglio, a pesar de que en el anterior cónclave fue la opción más popular entre los cardenales después del Cardenal Ratzinger. Sólo dos personas entre las más informadas del Vaticano, los chilenos Guzmán Carriquiry y Lídice María Gómez, tenían en la boca el nombre del Cardenal de Buenos Aires, pero nadie les tomaba en serio.
¿Cómo han sido estos años del Pontificado de aquel hombre que habían ido a buscar, como él señaló, “casi al fin del mundo”? Muchos dicen que ha sido un tiempo en el que ha habido demasiado debate, en el que el Papa ha sido muy contestado. Tenemos la memoria corta. Ningún Papa sufrió tantas críticas y una oposición tan fuerte como Juan Pablo II, hoy santo alabado por todos y en todas partes. Benedicto XVI, por su parte, no levantó ni más ni menos reproches de los que ya sufría como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Juan Pablo II y Francisco fueron criticados sencillamente por miedo, porque no se les conocía, porque introducían una novedad, y eso molesta a los que creen vivir en una Iglesia perfecta, inmóvil, que está ya terminada a la medida de su pereza…
Francisco no ha traído una revolución distinta a la que supone anunciar y poner en el centro de la vida a Cristo. Lo que sucede es que esa es la mayor de las revoluciones. Por lo demás, la Iglesia ni está detenida ni avanza a brincos. Sigue el suave soplo del Espíritu Santo a través de los tiempos, y con él se ha de mover el Papa, Siervo de los Siervos de Dios.
Por Marcelo López Cambronero / Para El Observador de la actualidad