Esta semana en Crisis Magazine, Bob Sullivan nos recomendó que cuando nos pregunten por qué somos católicos no nos quedemos con un “crecí en una familia católica”, pues podrían luego preguntarnos que habría sucedido si hubiéramos crecido en una familia pagana, y entonces tal vez no sabríamos qué responder.
Por ello nos aconseja el notar que nuestra fe es razonable, anclada en la Escritura y personalmente relevante. Que sea razonable no quiere decir que todas las verdades de nuestra fe, aun la Transubstanciación, las podamos conocer por la razón. Si así fuera, no necesitaríamos de la revelación.
Decimos más bien que la fe es razonable porque no contradice lo que por la razón podemos conocer, es más, porque ilumina nuestra razón a punto de que da sentido a muchas cosas que no lo tendrían si las conociésemos por la pura razón. Por ejemplo, aunque los revolucionarios franceses persiguieron y mataron a muchos miles de católicos por odio a nuestra fe, hablaron aun así de libertad, igualdad y fraternidad, valores que no habrían podido reconocer si no hubiesen mamado antes de la fe católica. Pues, de hecho, no hay ninguna prueba científica de que seamos libres, menos de que seamos iguales, y no hablemos de que seamos hermanos. Ciertamente hasta se oye grosero, desde la perspectiva de la pura razón, que le diga hermano al hijo de mi vecina. Sólo podemos estar seguros de que somos hermanos porque la fe nos dice que tenemos un Padre común que es Dios. La Iglesia cumple dos milenios de predicar la fe sin renunciar a la razón, es más, iluminando a la razón con los datos de la revelación. Dice bien Chesterton que al entrar al templo nos quitamos el sombrero, no la cabeza.
Nuestra fe católica también está anclada en la Escritura. Por ejemplo, rezamos el Ave María no porque, como dicen los protestantes, seamos idólatras. Lo hacemos porque se cumple la profecía de María, en la Visitación, de que “me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Creemos en el Purgatorio porque en ocasiones Jesús dice que permaneceremos en el castigo hasta que paguemos el último penique, por tanto, debe referirse a un lugar distinto al Infierno, uno en que no se permanece para siempre tras ser condenado, sino uno en donde se permanece hasta que se hayan pagado las culpas. Creemos en la obligación de las buenas obras no porque preservemos libros dizque apócrifos como la Epístola de Santiago, donde leemos que la fe es una fe muerta si es una fe sin obras. Sin descartar la Epístola de Santiago, leemos también que la Primera Epístola a los Corintios dice: “aunque tuviera toda la fe… si no tengo amor, no soy nada”.
Finalmente, nuestra fe no es mera creencia, no es mero conocimiento, sino Verdad que nos exige cambiar nuestra vida para bien. No es la sola fide del protestante, a quien dizque le basta decir “Jesús salva” para serlo, algo así como simplemente afirmar que “el triángulo tiene tres lados” como para tener de inmediato construida ya una casa. Los católicos sabemos que la fe debe transformar nuestras vidas, por ejemplo, en la práctica de las obras de misericordia. Nuestra fe además nos convierte para bien. No somos súbditos del Alá caprichoso de los musulmanes, somos hijos, es más, amigos de Dios por incorporarnos a través del bautismo a la vida de Jesucristo a tal punto que el Cielo que se nos tiene prometido no es un congal, como se les promete a los musulmanes, sino ser uno con Dios, como nos los reveló Jesucristo.
por Arturo Zárate Ruiz