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El sano arraigo a las cosas

¿Conocen la conversación del principito con el zorro? «Mi vida le dice el zorro al principito es muy monótona: cazo gallinas, y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas y todos los hombres son iguales, por ello, me aburro constantemente.

Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol y conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me harán esconder bajo tierra, los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música…» El zorro calló y miró un buen rato al principito. «Por favor, domestícame», le dijo.

«Bien quisiera le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscarme amigos, y conocer muchas cosas».

«Sólo se conocen bien las cosas, si las domesticas – dijo el zorro. Los hombres no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho de las tiendas. Y como no hay tiendas donde se vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!»

Este texto es suficientemente elocuente para que nos podamos hacer una idea del arraigo en las cosas. Nos muestra también que el hombre moderno, viviendo entre las cosas y usándolas, desconoce el vínculo personal a ellas. Somos como turistas acumulando cosas sin que ellas nos enriquezcan interiormente. Y esta tendencia se intensifica todavía por nuestra sociedad de consumo.

¿Cómo debe ser, entonces, un arraigo sano en las cosas materiales? Primero, hemos de entender que las cosas no solo tienen un valor propio, sino además un significado simbólico. Son como pequeños profetas de Dios. Nos traen la buena Nueva de Dios, de sus atributos y de sus propósitos. Por medio de ellas, Dios nos muestra sus deseos, su presencia y nos introduce en su corazón de Padre.

Nuestra tarea consiste, en interpretar esta voz profética de las cosas; en saber escuchar y entender lo que nos hablan de su creador. Eso nos permite tener un arraigo profundo en las cosas que nos rodean.

Hemos de caminar con ojos abiertos por este mundo, prestar oídos a las invitaciones de la creación: los espectáculos de la naturaleza, p.ej la inmensidad misteriosa del mar, la grandeza de las cordilleras, el silencio de los bosques, pero también las maravillas de la cultura, el arte y la técnica. Todo ello es como un cántico de alabanza y de gratitud al Creador.

Y nos invita a nosotros, los hombres, a ofrecer esta alabanza a Dios, en nombre de toda la creación. Nos invita a prestar nuestras voces de alabanza a toda la creación inanimada. Solo así las cosas nos arraigan en Dios, serán puente de unión a Él y cumplirán en nosotros su verdadera misión.

Pero nos falta todavía un elemento esencial para tener un arraigo sano y equilibrado en las cosas y bienes de este mundo. Sabemos que existe el peligro de que nos arraiguemos demasiado en las cosas, de que nos hagamos esclavos de las cosas. Creo que a todos nos pasa que no nos sentimos plenamente libres frente a algunas cosas; por ejemplo: el cigarrillo, el coche nuevo que anhelamos, nuestros bienes materiales.

Una vinculación sana a las cosas significa, por eso, también saber despojarse, saber renunciar a ellas. Debemos preservarnos del excesivo aprecio a las cosas terrenas, no somos propietarios absolutos, sino sólo administradores de los bienes que Dios nos ha dado. Nos sirven como medios útiles para desempeñar nuestra misión de vida.

Hemos de tener la fuerza y la libertad interiores de saber renunciar a los bienes superfluos de este mundo por amor a Dios y a los hermanos. Sólo así podremos entregarnos a los verdaderos valores e ideales de nuestra vida de cristianos.

Queridos hermanos, que la Sma Virgen y su hijo Jesucristo nos den, la gracia de un arraigo armónico en las cosas – arraigo que sabe interpretarlas, gustarlas y dominarlas, pero también renunciar a ellas si hace falta.

Por Padre Nicolás Schwizer