Para el cristiano, el Viacrucis es una experiencia de fe sumamente importante dentro de su crecimiento espiritual. El camino de la cruz se ha convertido en un “hacernos con Cristo en los sufrimientos’’ buscando nuestra conversión y sobre todo, reencontrándonos con un Dios misericordioso y compasivo con sus hijos.
Hoy son muchos los condenados a muerte al igual que Jesús: la explotación laborar, los necesitados de comida, los marginados, los moribundos y en especial, los niños que, en medio de su inocencia, buscan sendas de progreso para sus vidas.
¿Cuántas veces no hemos condenado a muerte a algunas personas en nuestro corazón? difícil respuesta para un seguidor del evangelio. ¿Cuántas veces no crucificamos a Cristo al despreciar a un hermano, ofenderlo o simplemente burlarnos de él? Si es así, faltaran muchos maderos y metros cuadrados de tierra en el Gólgota para clavar las injusticias de nuestro mundo.
Ante la inminente muerte de nuestro prójimo, y la agonizante pregunta que clama desde la tierra: ¿Dónde está tu hermano?, es necesario encontrar un Viacrucis cotidiano que nos permita ver el rostro de Cristo en el otro y, de esta forma, hacer vivas las estaciones del muchas veces mal realizado turismo religioso por parte de los creyentes.
¿Será que tomar la postura de la verónica o del Cirineo nos ayuda a caminar con más amor en un mundo tan dividido? No lo dudo. La verónica tuvo que librarse de muchos obstáculos para llegar a Jesús, los que hoy podríamos llamar: Apatía, indiferencia, burlas y respeto humano. La verónica no tuvo miedo en medio de contexto, se armó de valor y al ver el rostro sufriente de Cristo, fue a su encuentro.
Que el Señor nos ayude a caminar con nuestras cruces cotidianas, sean grandes o pequeñas, que su amor inflame nuestros corazones para ser misericordiosos en la adversidad, pero, sobre todo, encontrar a Cristo en el rostro sufriente del hermano, que clama con voz agonizante: ¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?
Por Angelo De Simone