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La novedad desafiante del cristianismo

Una de las preguntas que solían hacer los paganos a los cristianos era sobre la novedad del cristianismo. ¿Qué aportaba el cristianismo a la humanidad en medio de un mundo lleno de dioses y religiones como era el paganismo grecorromano?

Los primeros exponentes y maestros de la fe cristiana solían responder que Jesús nos trajo toda novedad. Más aún, que Jesús era la Novedad ansiada y esperada por la humanidad. Y era verdad, aunque esta “novedad” era tal, que parecía no sólo difícil sino imposible de comprender. No entraba en los cálculos de su razón ni de su computadora. Las religiones que se consideraban  serias o mejor estructuradas, consistían en una serie de prácticas ascéticas, rituales, creencias y filosofías que trataban de apartar al hombre de la realidad presente para liberarlo del peso de la materia y conectarlo de algún modo con la divinidad.

Con esta mentalidad chocaba diametralmente el cristianismo que predicaba a “un Cristo crucificado” (1Cor 1,23). Antes de este anuncio absurdo y escandaloso, Jesús se había enfrentado a los Judíos, quienes sostenían que lo que Dios les había comunicado por medio de Moisés, era su palabra definitiva e inmutable. Dios ya lo habría dicho todo y nadie podía esperar una nueva manifestación de la voluntad divina, ni ofrecer otro medio de salvación que la Ley de Moisés.

Un rabino erudito y de gran corazón, Jacob Neusner, escribió un libro titulado “Un Rabino habla con Jesús”. Allí finge sumarse al grupo de oyentes cuando Jesús comentaba la Ley de Moisés en el Sermón de la Montaña. Al escuchar la enseñanza de Jesús se alegra cuando coincide con la de Moisés; pero cuando Jesús dice: “Oyeron que se dijo… pero Yo les digo”, lo encuentra “disonante” (Pg 72), porque a Moisés le habló Dios y Moisés habló en nombre de Dios, pero nunca en nombre propio. ¿Con qué autoridad Jesús habla, no sólo en nombre sino en lugar de Dios, y corrige a Moisés? Allí  comienza a disentir. Luego escucha a Jesús que dice: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y sígueme” (Mt 19,21), y se pregunta: Moisés enseña que la perfección consiste en seguir a Dios (Cf Lv 19,2), ¿cómo ahora va a consistir en seguir a Jesús? ¡Es  imposible! Y decide separarse definitivamente: “Si hubiera estado allí ese día, no me habría unido a los discípulos y seguido los pasos del maestro. Habría dado la media vuelta y me habría vuelto a mi familia, a mi pueblo, para seguir mi vida como parte, y dentro, del Israel eterno” (Pg. 78).

El Papa Benedicto XVI lo cita con respeto, y reflexiona: “Este es el núcleo del espanto del judío observante Neusner ante el mensaje de Jesús, y el motivo central por el que no quiere seguir a Jesús y permanece fiel al Israel eterno: la centralidad del Yo de Jesús en su mensaje que da a todo una nueva orientación” (Jesús, Pg. 133). Jesús se pone en el centro y todo adquiere un nuevo rumbo. Habla palabras de Dios. Habla como Dios. Es Dios. La persona concreta, real, histórica de Jesús es Dios con nosotros, el Hijo de Dios, el Salvador. Ya había asentado que verlo a él era ver al Padre del cielo. En la Pascua, la Iglesia nos muestra el rostro misericordioso del Padre en la persona de Jesús muriendo en la Cruz por nuestros pecados y resucitado para hacernos hijos de Dios. Esta es la desafiante “novedad” que nos trajo Jesús. Y nos advirtió: “Dichoso quien no se escandalice por mí” (Mt 11,6).

Mario De Gasperín Gasperín

Publicado en El Observador de la actualidad