Una semana al año un fenómeno se deja ver en los rincones del mundo. Miles de jóvenes se levantan con valentía y furor por la lucha, por una conquista, por un reino. La comodidad que los ataba como cadenas ya impregnadas en sus carnes ha desaparecido. Dejan sus hogares, no con tristeza, como se hubiera esperado; con una alegría que sorprende a los que los miran, con una alegría que quema sus vestiduras rasgadas por el apocamiento para ponerse la coraza de su Rey. Un batallón que hubiera hecho tambalear a los grandes imperios. ¿Quién ha despertado a estos jóvenes? ¿Por quién luchan? La respuesta es esa que se ha escuchada durante dos mil años: Cristo.
Misiones. Ésa semana del año, en la que los jóvenes se entregan enteramente a servir a Jesús. Semana en la que Dios derrama su gracia, y al tartamudo lo vuelve el más grande orador para llevar su palabra. Al muchacho cansado le da la capacidad de recorrer kilómetros para visitar la casa del olvidado. ¡Que importan los años! Durante esa semana Dios le otorga a la juventud la sabiduría del viejo.
Pero muchacho, cuando después de Semana Santa regreses a casa, no bajes la guardia. No agaches la cabeza, sigue mirando arriba, a Cristo. No te vuelvas a dormir, Dios te necesita despierto. No te quites la coraza del cristiano, ahora la vas a necesitar más que nunca. Tus misiones no han terminado, se van a volver más difíciles. Ahora tienes que llevar la Palabra de Dios a quienes no la esperan, en tu escuela, en tu trabajo. Ahora tienes que ir a visitar enfermos, pero ya no lo son del cuerpo, sino del alma. Ahora tal vez la mejor forma de dar catequesis ya no sea hablando, más bien en tus acciones. Ahora la rutina del día a día te va a dar pelea, pero no olvides que sigues misionando. Ahora tienes que evangelizar a tu alrededor, un entorno en el que el hombre cree que puede suplir a Dios, que lo está olvidando.
¡Juventud Católica! Somos la «Sal del mundo», no olvides la conquista de los corazones del hombre para que Dios actúe en ellos. Esfuérzate por parecerte a Cristo; y entonces, cuando la gente desanimada del mundo se pregunte por Jesús el Nazareno, nos miren y después exclamen: ¡Ha resucitado!
Por Jesús Frausto Ríos