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¿Hay escapismo en el gusto por la épica?

Me llama la atención el gusto de muchos jóvenes, y también de viejos como yo, por las películas de superhéroes, y en general por las historias y libros épicos. En ellos no sólo se nos presenta la vida como una constante guerra contra amenazas de malvados que podrían arrasar con todo el universo mismo, de las que finalmente sólo nos podemos librar por la valiente intervención de superhéroes; se nos presenta además dicha vida como llena de emociones, de inteligencia, y de acciones y proezas personales, lo cual parece contrastar marcadamente con lo que algunos describirían como tediosa cotidianidad, monotonía y automatismo en la que estamos inmersos la mayoría de los mortales. Podríamos entonces preguntarnos si nuestro gusto por la épica no es más que una forma de escape de nuestro sopor existencial.

No niego que hay días en que parece que no hay más quehacer y relevancia en nuestras acciones que el escribir “Anita lava la tina” 20 millones de veces, sin parar, en un cuaderno diminuto de doble raya, algo así como le tocó a Jack, el de la película El Resplandor, teclear: “All work and not fun makes Jack a dull boy”.

Pero, mirándola bien, la vida de cualquiera de nosotros es más interesante y movida que la de cualquier superhéroe de las películas. Nos dice san Pablo: “nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio”. En este sentido, nuestra vida podríamos describirla de mil maneras, salvo aburrida.

El enemigo de Superman, Lex Luthor, es menos que un enclenque comparado con nuestros gigantescos adversarios de cada momento: la pereza, la lujuria, la ira, la envidia, la gula, la avaricia y la soberbia, soberbia, por ejemplo, a la que se han rendido los magistrados supremos mexicanos quienes exigen ahora a las instituciones de salud proveer el aborto a mujeres que dicen haber sufrido violación. Las consecuencias de rendiciones semejantes son mayores que exponerse a la kriptonita verde: Superman sólo moriría físicamente, nosotros moriríamos eternamente. Lo que está en juego no es una ciudad como Metrópolis, o un país como México. Lo que está en juego es entrar o no al Reino de los Cielos. La lucha no se queda en una guerra entre galaxias. La lucha es más que cósmica, pues al final quedaremos o en las manos de Dios o sometidos a los poderes del Infierno. Recemos por los magistrados y advirtámosles sobre su necesidad de conversión.

He allí que nuestras armas son más que un cuerpo de acero o una visión de rayos X, u otros dizque superpoderes. Dice san Pablo:

“Tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.   Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animadas por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos, y también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio, del cual yo soy embajador en medio de mis cadenas. ¡Así podré hablar libremente de él, como debo hacerlo!”

Que al final llegue la muerte no quiere decir que no haya triunfo. En épicas menores, muchas veces el héroe muere, pero su memoria pervive porque hizo lo correcto, no lo venció el mal, amó a quienes debía amar, y, aunque el malo sea quien aparentemente viva, le corroerá por siempre el alma un gusano horrible: la frustración de su perversión.

Con Cristo hablamos ya de gran épica. Aunque su brazo quedó clavado en la Cruz, con ese mismo brazo “disipó el orgullo de los soberbios, trastornando sus designios; desposeyó a los poderosos y elevó a los humildes; a los necesitados los llenó de bienes y a los ricos los dejó sin cosa alguna”. Y, por supuesto, Jesús resucitó y derrotó a la muerte. Revestidos nosotros con su armadura, triunfaremos también, aun cuando bebamos de su mismo cáliz.

La épica no es, pues, escapismo. Es nuestro diario triunfo en la Cruz.

por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.