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Vida y muerte en los tiempos que corren

Cuando ustedes lean estas líneas ya será conocida la suerte del pequeño Alfie Evans. Los médicos habían asegurado que al quitarle la respiración artificial no viviría más de unos minutos y, cuando escribo estas líneas, lleva horas respirando por sus propios medios.

En este caso, como en tantos otros, habría que recordarle a la ciencia que su precisión real dista mucho de acercarse a la que los médicos y científicos creen tener y que más valdría siempre y en todo caso adoptar una actitud prudente ante este tipo de situaciones. Tenemos muchas dificultades para preveer cuándo va a morir una persona y también las tenemos para asegurar el momento de la muerte de alguien (como el caso del recluso español que llevaba encima dos informes médicos declarando su muerte y despertó cuando iban a practicarle la autopsia). Estos casos son raros, pero no son excepcionales.

En el caso de Alfie el Papa Francisco recibió a su padre, le dijo que nadie podía abrogarse el poder sobre la vida y la muerte de ningún otro ser humano y pidió que se le aplicaran los nuevos tratamientos que la familia propone, que también tienen su base científica. La justicia no quiere escuchar, porque se apoya en las versiones que presentan los médicos que, con todo, no han sido capaces de diagnosticar hasta ahora la enfermedad degenerativa que sufre el niño.

La ciencia no tiene la capacidad, porque carece de tal exactitud, de asegurar con certeza en todos los casos cuándo llegará la muerte de una persona. Hay que mantener los cuidados paliativos, la esperanza y los cuidados hasta el final, valorando siempre evitar el ensañamiento de común acuerdo con el paciente y, si no es posible conocer su voluntad, con la familia. Porque no es lo mismo separar a un enfermo del medio que lo mantiene vivo que adoptar el criterio que tuvo, por ejemplo, san Juan Pablo II, cuando decidió no acudir al hospital y ponerse en manos de Dios al saber que su enfermedad estaba muy avanzada y no se podía hacer nada por él.

La eutanasia es siempre ilícita, pero no lo es, en palabras del Papa, “renunciar a la aplicación de medios terapéuticos o suspenderlos” cuando son desproporcionados. Habrá que valorar cada caso con muchísima atención.

Por Marcelo López Cambronero