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Cuando el Pastor está enamorado del rebaño

Reflexión homilética del 22 de julio de 2018

Normalmente los que nos dedicamos a las cosas de Dios, parcialmente o a tiempo completo, no solemos compartir mucho entre nosotros.

Fácilmente nos reunimos para hablar solo de cosas sin importancia (futbol, modas, política, etc.).

Veamos cómo los buenos pastores y el mismo Dios se preocupan por sus ovejas.

Para esto nos vendrá muy bien el ejemplo que hoy nos traen las lecturas y sobre todo San Marcos:

Evangelio

+ Los apóstoles regresaron de su misión y se reunieron con Jesús.

Si eso fuera lo más importante en nuestras reuniones, el fruto que sacaríamos los evangelizadores sería mucho mayor y además nos animaríamos unos a otros a evangelizar más y mejor.

+ Los apóstoles le cuentan todo a Jesús.

Todos cuentan todo: “lo que han hecho y lo que han enseñado”.

Este sí que es un gran tema de conversación para los amigos en la fe. Pero deben darse las dos cosas: que se cuente todo y que se escuche todo.

En realidad no hablamos, si no vemos muy interesados a los demás.

El resultado de nuestras reuniones es que nadie sabe lo de nadie y si viene algún chisme o mala interpretación no podemos defendernos.

¿Qué sé yo si mi hermano anuncia la verdad del Reino o se anuncia a sí mismo?

¿Será verdad que enseña algo contrario al Catecismo de la Iglesia Católica?

+ Los apóstoles contaron todo a Jesús y los recompensó con su compañía y descanso:

“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo para descansar”.

¡Qué importante es descansar juntos, en amistad y fe… dejando por un tiempo el trabajo para estar solos con Jesús!

+ Tras el descanso y con nuevos ánimos se va de nuevo a evangelizar.

Así nos dice Marcos:

Jesús se  pone a evangelizar muchas cosas sin apuro para que puedan entender y asimilar la doctrina: “porque la multitud andaba como ovejas sin pastor”.

Efesios

San Pablo recuerda a los Efesios una realidad que ellos conocían:

Hasta que vino Cristo había dos mundos, el de los judíos que conocieron la revelación de Dios y el resto de los pueblos. Es decir judíos y gentiles.

Pero Jesucristo transformó el mundo y ahora su sangre nos ha purificado a todos por igual.

Ha traído la paz y ha hecho de todos una única humanidad.

Esto le ha costado a Cristo el sacrificio de su vida:

“Derribó con su carne el muro que separaba a los dos pueblos, el odio”.

Se entiende que en la cruz Jesús mató el odio que divide y llenó todo de amor.

Esta redención de Cristo nos ha unido definitivamente en la Trinidad, como dice hermosamente San Pablo:

Con Jesús todos podemos “acercarnos al Padre por medio de Él en el mismo Espíritu”.

¡Hermoso!:

En el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, todos formamos el “Hijo”.

Jeremías

Hoy como ayer, Dios ha puesto pastores encargados de alimentar y proteger a su pueblo, comparado muchas veces con un rebaño de ovejas.

Jeremías nos presenta a Dios quejándose de los pastores que descuidan el rebaño y advierte que Él mismo será quien pastoree a los suyos “para que puedan vivir tranquilos:

“Ya no temerán ni se espantarán y ninguno se perderá”.

Además el Señor ofrece ponerles buenos pastores, y en el descendiente de David nos invita a pensar en el Mesías Jesús que se llamó a sí mismo el “Buen Pastor”.

Amigos, en todo tiempo, en la Iglesia, debemos pedir que Dios nos dé esos buenos pastores que hacen falta, sobre todo en estos tiempos difíciles.

Salmo responsorial (22)

Una vez más la liturgia nos invita a meditar el salmo del Buen Pastor:

“El Señor es mi pastor”.

Todos lo sabemos.

Pero a veces nos molestan sus pastos, su voz, su camino…

Y entonces nos empobrecemos y arruinamos.

Dios mismo nos ayuda a ser dóciles y crear unidad en el rebaño que conquistó Jesús.

Porque es una gozada decir:

“En verdes praderas me hace reposar y mi copa rebosa”.

¡Especialmente si hablamos de la Eucaristía!

 

José Ignacio Alemany Grau