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Las vestiduras de Jesús

La Sagrada Escritura refiere proféticamente que Jesús sería despojado de sus vestiduras antes de ser crucificado: “Me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica” (Sal 22, 18-19).

Era norma entre los romanos que un ejecutado en la cruz era ya tratado como un cadáver, desposeído de todo derecho y propiedad, sus pertenencias quedaban al arbitrio de los verdugos de la ejecución, quienes sabían que por derecho serían de su propiedad.

Uno de los verdugos que crucificaron al Señor se hizo de sus sandalias, y con ellas quedó conforme; otro, con la camisa interior; pero los demás, al ver que la túnica que les correspondía era fina y tejida de una sola pieza, aunque estuviese empapada en sangre era la de mayor valor entre sus vestidos, así que decidieron conservarla completa y sortearla entre ellos. Echaron en un casco los dados y comenzaron, divertidos por el juego, la ronda del pillaje.

Es posible que Jesús haya sido despojado de sus vestiduras por la cabeza, sin haberle retirado previamente la corona de espinas, y que al serle arrancada la tela, de las heridas haya manado sangre nuevamente, y que tras padecer esos ardores y dolores haya tenido que permanecer en pie, víctima de tan humillante despojo, desnudo y tembloroso, en espera a que lo obligaran a recostarse sobre su Cruz.

La túnica de Jesús, que refiere el Evangelio, “era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo” (Jn 19, 23), posiblemente fue tejida por la Virgen María o por alguna de las mujeres, piadosas discípulas suyas, que le seguían entre los discípulos y junto con los doce apóstoles.

Las vestiduras de Nuestro Señor se componen de tres elementos: el Kethoneth, una especie de camisa interior muy liviana, de lino, que llegaba hasta las rodillas y se sujetaba a la cintura por una faja de tela; el Simlah o túnica inconsútil, de una sola pieza, sin costuras, de lana; y el Me’iy o manto, para cubrirse de la intemperie.

Una antigua tradición popular refiere que un sirviente de san José de Arimatea les notificó a los verdugos romanos que había compradores decididos a adquirir las vestiduras de Jesús, todas en su conjunto. Los primeros poseedores fueron, así, la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, y luego una familia cristiana que la conservó durante tres siglos.

La camisa interior, empapada por la sangre de Cristo, de 1.45 metros de largo por 1.15 de ancho, se conserva enrollada dentro de un relicario en la Basílica de Saint-Denis, en la ciudad de Argenteuil, Francia, ubicada a 20 kilómetros de París. Por su altura, sobrepasaba las rodillas, y las mangas cubrían la mitad de los brazos. Esta reliquia fue enviada en el siglo IX por Irene, emperatriz de Bizancio, a Carlomagno, emperador del sacro imperio romano-germánico, quien la confió, el 13 de agosto del año 800 al monasterio de la Humildad de Nuestra Señora, de Argenteuil, del que la hija de su hermana Gisela, de nombre Théodrade, era la abadesa. En el año 857, la invasión normanda devastó el convento, pero las monjas, antes de huir, ocultaron la túnica en un muro, donde permaneció durante tres siglos hasta que se redescubrió en 1156 gracias a que los monjes benedictinos, que allí instalaron su monasterio en 1129, implementaron varias restauraciones y remodelaciones al antiguo edificio, dando así con la preciosa reliquia durante los trabajos emprendidos.

Originalmente, la tela fue teñida en un color pardo rojizo de intensidades diferentes en su coloración. En 1804 fue sometida a una minuciosa restauración. Actualmente sólo se exhibe dos veces por siglo; las más recientes ostensiones han tenido lugar en los años 1894, 1934, 1984 y 2016.

La túnica inconsútil, sin sangre, de 1.55 metros de largo por 1.16 de ancho, de color parduzco indefinible, se conserva en la catedral de la diócesis de Tréveris, en Alemania, edificada sobre una antigua casa que allí tuvo la madre del emperador Constantino. Fue ella misma, santa Elena, quien la encontró en Jerusalén y la envió a Agricio, obispo de Tréveris. En 1196, se descubrió bajo el altar de la catedral un cofre con la túnica en su interior. En 1512, el emperador Maximiliano I de Habsburgo (ancestro del emperador de México) ordenó que se levantara el pavimento para verificar la presencia de la reliquia que, por gracia de Dios, allí se encontraba. Las ostensiones más recientes han ocurrido en 1844, 1891, 1933 y 2012.

El manto, por su parte, se repartió por toda la cristiandad, a diversas iglesias de entre las que en la catedral de Anagni, Italia, se conserva el trozo de mayores dimensiones.

Por Roberto O´Farrill  /verycreer.com