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Piedra de la Unción

El evangelista san Marcos, en referencia a la sepultura de Jesús, narra que José de Arimatea “lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca” (15, 46).

Luego de que san José de Arimatea obtuviese de Poncio Pilato la autorización para descolgar de la Cruz el Cuerpo de Jesús, tras envolverlo en un lienzo de tela bien conocido como “la Sábana Santa” lo colocó sobre una gran piedra lisa, llamada Piedra de la Unción, que hoy se encuentra al interior de la basílica del Santo Sepulcro, en Jerusalén, entre la colina pétrea del Calvario y la rotonda de la Anástasis o Resurrección.

En una de sus homilías, san Juan Crisóstomo reflexiona acerca de san José de Arimatea y explica su valentía y arrojo al hacerse cargo de la sepultura de Jesús: “Este José es el que antes se había escondido; mas ahora, después de la muerte de Cristo, da muestras de grande audacia. Porque no era un hombre vulgar, de los que pasan inadvertidos, sino que formaba parte del consejo y era muy ilustre. De ahí el extraordinario valor de que dio pruebas, pues se exponía a la muerte al atraerse con su benevolencia para con Jesús la animadversión de todos al atreverse a pedir el cuerpo y no cejar en su intento hasta haberlo conseguido. Y su amor para con Jesús y su valor no se muestran sólo en tomar el cuerpo y enterrarlo suntuosamente, sino en que ello fuera en su propio sepulcro nuevo”.

El Evangelio informa que “Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar” (Jn 19, 39-40), texto del que en su tríptico “Jesús de Nazaret”, el papa Benedicto XVI explica que la cantidad de aromas “es extraordinaria y supera con mucho la medida habitual” porque esta se trata de una sepultura regia, pues “ahora el tipo de sepultura lo muestra como Rey: en el instante en que todo parece acabado, emerge sin embargo de modo misterioso su gloria” y agrega que “la unción es un intento de detener la muerte, de evitar la descomposición del cadáver. Pero es un esfuerzo inútil: la unción puede conservar al difunto como difunto, no puede restituirle la vida. La mañana del primer día las mujeres verán que su solicitud por el difunto y su conservación ha sido una preocupación demasiado humana. Verán que Jesús no tiene que ser conservado en la muerte, sino que Él -y ahora de modo real- está de nuevo vivo. Verán que Dios, de un modo definitivo y que sólo Él puede hacer, lo ha rescatado de la corrupción y, con ello, del poder de la muerte. Con todo, en la premura y en el amor de las mujeres se anuncia ya la mañana de la Resurrección”.

En cuanto a las autoridades judías, que debieron recordar las palabras de Jesús acerca de su resurrección al tercer día, se presentaron de nuevo en el pretorio para exponerle a Pilato los temores que tenían, pues tuvieron noticias de la unción y de la sepultura tan honrosa que le habían proporcionado a Jesús dos personas honorables como José de Arimatea y Nicodemo. Así que le pidieron a Pilato una guardia militar para que custodiase el sepulcro, pues temían que el cuerpo de Jesús pudiese ser robado por sus discípulos. Pilato les concedió la guardia y “ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mt 27, 66) tras haberse cerciorado de que el cuerpo de Jesús estuviese realmente en el sepulcro.

La Piedra de la Unción, de forma rectangular y de color rosáceo, es venerada y besada por los peregrinos que tocan a la roca sus objetos sagrados y que quedan sorprendidos al percibir un exquisito aroma a aceite perfumado que emana de la roca.

El fraile Dominico Ricoldo da Montecroce, originario de Florencia, quien partió hacia Acre con la encomienda del papa Nicolás IV de predicar en los Santos Lugares, tras su peregrinaje por Tierra Santa y Jerusalén en 1288, refiere haber visto la Piedra de la Unción y narra la veneración de la que es objeto, principalmente por cristianos ortodoxos que celebran el rito de la unción del Cuerpo sin vida de Jesús.

Un mosaico en el tabique frontal de la basílica, cercano a la Piedra de la Unción ilustra el episodio en el que san José de Arimatea coloca sobre la Piedra el Cuerpo del Señor.