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Palabras usadas como etiquetas de condena

En numerosos pueblos, a lo largo de la historia, se han usado y se usan palabras que sirven como medio para condenar a personas concretas por sus ideas, por sus conductas, o por otros aspectos (raza, constitución física, clase social, etc.).

La lista es enorme y en algunos lugares cambia con el pasar del tiempo. Pensemos, como un ejemplo sencillo, que hace siglos el uso de la palabra «hereje» implicaba un fuerte rechazo, incluso física. Hoy muchos usan la palabra «fascista» como condena sin apelación contra quienes defienden ciertas ideas.

Es parte de la condición humana el que unas ideas y comportamientos sean vistos de modo positivo, y otros de modo negativo. El uso de palabras que sirven como etiquetas de condena refleja la dimensión de rechazo en los juicios humanos.

Pero ocurre no pocas veces que se abusa de ciertas palabras condenatorias, o que se usan de modo equivocado, o, lo que es peor, que sirven como instrumentos para defender intereses mezquinos y para destruir a los que tienen ideas que podrían ser analizadas con más serenidad en un sano pluralismo.

Pensemos, por ejemplo, en una discusión pública sobre modos de organizar la economía. Resulta fácil, para algunos defensores de una mayor libertad de mercado, etiquetar a los adversarios como «comunistas». Del otro lado, entre quienes defienden una mayor intervención estatal, fácilmente habrá voces que acusen a los opositores como explotadores capitalistas, o como fascistas camuflados.

Si, además, observamos algunos comentarios que corren en el mundo de Internet, o en los chats entre amigos, o en las reuniones donde hay más confianza, saltará a la vista que muchos abusan de términos despectivos e insultos orientados a neutralizar, incluso a destruir, a los «adversarios».

Por eso resulta importante, antes de usar ciertos términos, detenerse y analizar los argumentos en cuestión, para reconocer que hay ideas que pueden ser debatidas con calma y equilibrio si se evitan etiquetas de condena y se busca entablar un diálogo auténticamente constructivo.

¿Es posible lo anterior? Si hay un sincero respeto hacia las personas, y si se recurre al debate en su sentido más valioso, como instrumento para ofrecer ideas y para escuchar a quienes sostienen ideas diferentes y válidas en una convivencia amable, será no solo posible, sino que ayudará a construir puentes y a mejorar los respectivos análisis a la hora de comprender la realidad y de proponer acciones orientadas a mejorar la vida de las personas y de los pueblos.

Por Fernando Pascual