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Itinerario del creyente

El fenómeno religioso es difícil de explicar porque toca la intimidad de la conciencia y condiciona toda la vida.  El ser humano no sólo tiene o profesa una determinada creencia religiosa, sino que está, por su propia naturaleza, ordenado y como re-ligado a Otro, llámese como se llame. En México le llamamos Dios, Nuestro Padre, como nos enseñó Jesucristo.

Estas reflexiones son para tratar de comprender el hecho significativo y hasta escandaloso de que muchos católicos, habiendo sido bautizados, hecha pública profesión de fe, conforme van creciendo en edad y conocimiento, terminan en una especie de aletargamiento religioso que concluye en la increencia y hasta en la negación de la fe que profesaron. En este proceso podemos distinguir como tres pasos o etapas que nos ayuden a comprender este lamentable fenómeno.

Primero: La fe familiar. Es un gran tesoro la religiosidad que recibimos de nuestros padres y abuelos en el seno familiar. El nacer en una familia con valores religiosos es un regalo de Dios y una gracia que debemos agradecer. La fe se inicia en el seno materno, se cultiva en el seno familiar y florece en el seno de nuestra santa madre la Iglesia católica. Lo que suele pasar es que la tradición religiosa no crece a la par que la persona; no se renueva, no se cultiva y se vuelve rutinaria, estancada y tradicionalista. Se convierte de riqueza en peso opresor, que sólo se acude a ella cuando aprieta el zapato o cuando se siente bonito.

Segundo. El abandono de la familia. La rutina y práctica familiar llega a cansar y se busca liberarse de ella. Sucede entre la adolescencia y primera juventud. Esta actitud tiene el mérito de apelar a la responsabilidad personal y a la búsqueda del crecimiento para llegar a la madurez. Pero tiene la ambigüedad de la inexperiencia y de querer  confiar más en las propias fuerzas que en las de Dios. Crece la reflexión personal pero crece a la par la soberbia y la autocomplacencia, y se termina casi necesariamente en el cultivo de la ideología de moda. Se desprecia la religión y se sustituye por ideologías cerradas y fanáticas y hasta por vicios y drogas. El ser humano se empequeñece.

Tercero. La religiosidad romántica o light. Careciendo de una fe adulta y recia, se reemplaza por actitudes pseudorreligiosas, poéticas, ecológicas, ancestrales y esotéricas. El individuo se siente como envuelto y amparado por fuerzas cósmicas que lo avasallan y lo mueven a percibir y sentir el latir del misterio que esconde el universo y se cierra en aparente meditación y contemplación de una divinidad etérea, innombrable, impersonal. Y aquí tienen todo el universo para escoger: astros, zodiacos, selvas, montañas, vibraciones, alucinaciones e infinidad de rituales y de una literatura pseudocientífica abundante en escaparates y librerías.

Conclusión. La única experiencia religiosa válida, definitiva y liberadora es el encuentro con Jesucristo, la Palabra viva de Dios. Sólo el conocimiento y encuentro personal con Jesucristo tiene auténtico valor salvífico, capaz de llenar el corazón humano y de proyectarlo hacia un futuro seguro y feliz. Los Reyes de Oriente buscaron al Salvador en la lectura del cielo y siguieron su estrella, pero sólo lograron encontrarlo cuando escucharon la lectura de las santas Escrituras. Todos tenemos resabios de las tres etapas anteriores, válidas unas, deficientes otras, pero que debemos superar con el auxilio que Dios nos dio en su divina Palabra, el Evangelio de Jesucristo, que nos ofrece su santa Iglesia católica. La vida eterna consiste en el conocimiento del único Dios verdadero, y de su Enviado, Jesucristo.

Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín