Para que un traidor sea tal es porque debió haber sido un amigo. En efecto, traidor es quien vulnera la confianza que avaló el amor fraternal de la mutua amistad. Una antigua tradición le ha llamado “La Noche de Judas” al ocaso del sol en el Miércoles Santo cuando Iscariote se dirigió a Jerusalén, al palacio de Caifás, para concretar una compra-venta con él, el sumo sacerdote, ventajosa para ambos; y ya sin necesidad de presentaciones, negoció su mercancía: -¿Cuánto me das si te lo entrego? (Mt 26,15). Luego estiró la mano para recibir treinta monedas que probablemente habrían sido obtenidas de las ofrendas presentadas en el templo. Era, pues, dinero sagrado.
San Gregorio Nacianceno, Doctor de la Iglesia, reflexiona que “Cuando Jesús fue vendido, la salvación de la humanidad fue comprada” y asegura que “Es vendido, pero a muy bajo precio: treinta monedas de plata; pero rescata al mundo, y a gran precio. Como una oveja es llevado al matadero, pero es el pastor de Israel y, ahora, también de toda la tierra”.
Judas Iscariote era originario de Kerioth, al sur de Judea, de donde le vino el sobrenombre Iscariote, es decir, Judas de Kerioth. El dinero (vocablo derivado de Denario) circulante en su tiempo consistía en un trozo de metal de plata, cobre o bronce, de forma redonda, en el que se troquelaba la efigie del gobernante en turno, y cuyo valor lo determinaba su propio peso. Aunque las monedas más conocidas sean los talentos y los denarios, por ser mencionadas en los evangelios, hubo otras más, unas griegas y otras romanas, de uso indistinto: áureo, óbolo, calco, dracma, didracma, estáter, mina, as, cuadrante, cuarto, leptón, sestercio y siclo. El denario pesaba 3.81 gramos de plata y suponía el salario de un día, el as valía una cuarta parte del denario, y el áureo equivalía a dos denarios.
Las prescripciones judaicas prohibían presentar ofrendas al templo de Jerusalén con monedas griegas o romanas, pues las dracmas y los denarios contenían imágenes del emperador o de otras autoridades, que por paganas constituían una blasfemia, de allí la presencia de los cambistas de monedas en los patios del templo, que entregaban la moneda judía, circulante solamente en el templo, conocida como shekel o siclo, a cambio de una dracma o de un denario. Si Judas recibió monedas procedentes del templo, es probable que hayan sido 30 shekels, que ya no podrían regresar al Tesoro de las Ofrendas, como bien lo refiere el Evangelio: “Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: -Pequé entregando sangre inocente. Ellos le dijeron: -A nosotros, ¿qué? Tú verás. Él tiró las monedas en el Santuario; después se retiró y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: -No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre” (Mt 27,3-6).
De las monedas de Judas que se conservan en la actualidad, tres en la catedral de Génova, una en la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, y dos en España, por la maldición de su origen podría afirmarse que no son propiamente reliquias, sino muestras originales de denarios acuñados en tiempos de Tiberio, que durante la edad media fueron expuestas como muestra del dinero que Judas recibió.
La moneda que se encuentra en la catedral de Oviedo, dentro del Arca Nueva es, en efecto, un denario de Tiberio. Originalmente, esta moneda estuvo en el mismo relicario que contiene hoy las santas espinas, pero a partir del derrumbe de la Cámara Santa, por el lanzamiento de una granada en 1934, se trasladó al Arca Nueva. La moneda que se resguarda en Valencia, dentro de una pequeña y sencilla caja de plata, fue donada a su catedral tras la muerte de Alfonso V, rey de Aragón, en el siglo XV.
El teólogo Orígenes, Padre de la Iglesia, expresa los sentimientos de Judas, que lamentablemente son también hoy los sentimientos de muchos: “traicionó al mismo Jesús, que le había obsequiado con tantos honores; y éste, sin acordarse de la sal, de la mesa y del pan que se le había ofrecido, y transgrediendo todas esas cosas, traicionó al dador de tantos bienes por la promesa de treinta monedas. Esta es la verdadera y característica costumbre de los hombres muy malos, que después de gustar la sal y el pan acechan a los hombres con los que han participado del pan y de la sal, máxime cuando en nada les han perjudicado”.
Por Roberto O’Farrill / www.verycreer.com