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La nostalgia de la aldea

Una tendencia turística actual es la de visitar poblados, ricos en tradiciones, los cuales se les promociona como “pueblos mágicos” en México. Una tendencia más, pero de consumo, es la de comprar productos locales a comerciantes locales, conocidos tuyos, en vez de los que venden de manera impersonal en los supermercados. Otra tendencia de consumo es la de comprar productos “artesanales” en los que se reconozca el genio y el amor del artesano, en vez de los producidos industrialmente de manera masiva. Asociada a esta última tendencia se encuentra la moda de preferir productos “orgánicos”, los cuales se producen de manera “limpia” y “humana”, no según prácticas “sucias” de las grandes corporaciones detrás de los alimentos procesados.

Nuestro mismo presidente López Obrador lamenta que la población en México ahora se concentre en grandes urbes en vez de quedarse en poblados pequeños o incluso en el campo:

“Se despobló el campo en los últimos 30 años… Necesitamos por eso regresar al campo, que no sólo es producir alimentos; en el campo hay una forma de vida buena, sana, que nos aporta bienestar, paz y tranquilidad”.

Hacerlo así, convertiría incluso el trabajo más rudo, aun el trazo de carreteras, en hazañas personales y artísticas:

“Les invito a que vean los caminos, son obras de arte, que las mujeres con su sensibilidad, con su delicadeza escogen las piedras, se hacen los caminos de concreto y en medio, piedra; pero son obras de arte”.

Todo esto me hace pensar en, lo que podría yo llamar, “nostalgia de la aldea”, la añoranza de un lugar en que, si vivimos allí, nos conocemos todos, nos llamamos por nuestros nombres, y somos grandes amigos; un lugar donde nuestras vidas se entrelazan y así juntas generan grandes historias, gozos y tradiciones compartidas; un lugar donde nuestro trabajo también lleva nuestro nombre y no se pierde en el anonimato de la producción industrializada; un lugar, en fin, donde se nos ama por lo que somos o porque simplemente somos, en vez de que se nos trate impersonalmente según seamos funcionales.

Sería un mundo que contrastaría con la experiencia de muchos: insertos en mega-urbes con rostros sin nombre; desprovistos de lazos personales duraderos y significativos; convertidos en pequeñas piezas, desechables, de una maquinaria económica; perdidos en un espacio pulverizado; agobiados por la soledad.

No nos debería por tanto sorprender que se intente ahora recuperar esa “aldea” en pueblitos mágicos, en proveedores locales, en productos “artesanales” y “orgánicos”, aun cuando algunos de esos pueblitos resulten tan típicos como los de Disney; no pocos proveedores, abusivos; y la artesanía y lo orgánico, tremendos lujos, no hablemos de que hasta en la mejor aldeíta sus habitantes están también marcados por el pecado original por lo cual, como muchos pueblos chicos tal aldeíta nos ofrecería, más que un paraíso, un infierno grande.

Valga, de cualquier manera, esa búsqueda de la “aldea”.

Pero quizá resulte más efectiva si procuramos de veras entrelazar nuestras vidas con los más cercanos.

Dos recomendaciones para este esfuerzo, y una advertencia, serían las siguientes:

No hay nada mejor para conseguir una relación personal con los cercanos (muy superior que visitar un pueblo mágico) que la vida familiar. Es en la familia que se entrelazan vidas y se generan tradiciones que pasan de generación a generación, y donde se te conoce y se te ama porque simplemente eres, no porque resultas funcional. Busca, pues, tu aldea, tu hogar, allí. Y no sólo lo busques, genéralo. Si no tienes vocación religiosa, cásate y ten muchos hijos. Así tendrás tu propia aldea y tus propias tradiciones. Tú, tus parientes, y tus amigos, constituirán el “pueblo mágico” más personal.

Una opción más es integrarte a la vida de tu parroquia. No sólo conocerás de cerca muchas personas buenas, sino que junto con ellas te acercarás más a Dios.

Venga finalmente la advertencia. Cualesquier aldeas que añores y busques aquí en este mundo no son perfectos. Sólo encontrarás la aldea que satisfará de lleno tu nostalgia actual cuando te reciba el Padre en su Reino.

Por Arturo Zárate Ruiz

 

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.