Por
todas partes, en el mundo y en la Iglesia, se habla de paz, se anhela la
paz. Se buscan todos los medios que la propician por parte de los
políticos, eclesiásticos, de los partidos, de las iglesias, de los
gobiernos ,de los organismos nacionales e internacionales y del mismo
Vaticano. Una pregunta surge espontánea: ¿De qué paz se trata?. ¿Es
la misma paz?.¿Cuál es su contenido y cuáles los medios adecuados
para lograrla?.He aquí una cuestión prioritaria a dilucidar y
esclarecer, en la que pocos reparan. Juzgo necesario, ante todo,
distinguir entre paz humana y paz de Dios.
La
primera se basa en la ausencia de violencia, de guerras, de muertes,
etc.., buscando una convivencia y un orden externo, fruto de unas leyes
justas, aceptadas y respetadas por la mayoría de la ciudadanía. Se
logra a base de pactos, concesiones entre oponentes y se garantiza por
las así llamadas " fuerzas de orden".
La
paz de Dios, es ante todo, un don, un regalo divino. Es algo interior e
inherente al propio espíritu del hombre. Es fruto de la aceptación y
cumplimiento de la voluntad de Dios y conlleva la alegre y gozosa
obediencia a su Ley y el respeto de los derechos de los demás,
considerados no como competidores, sino como hermanos. Difícilmente
tendremos paz humana sin buscar la paz con Dios.
Bien
está el buscar la paz primera, pero más necesaria es la paz divina.
Habrá que poner todos los medios señalados, sin olvidar que ésta es
insuficiente, quebradiza y no duradera. La paz de Dios hay que pedirla,
merecerla y agradecerla como uno de los mayores bienes concedidos al
hombre.
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