La nueva economía de mercado
José Alberto Villasana

Es urgente vincular y fomentar las tendencias locales, regionales y globales inspiradas en valores humanos y principios éticos. Diversas corrientes culturales, sociales, ecológicas y espirituales deben converger en estos momentos tan particulares.
  

Actualmente se desarrolla un debate acerca de las bondades o defectos del sistema financiero y la globalización. Las discusiones se polarizan en torno a dos posturas extremas: el economicismo o la protesta reaccionaria.

La controversia se caracteriza en que ninguna de las posiciones elabora propuestas alternativas concretas, mientras la situación social y ambiental se deteriora a ritmos acelerados.

De esta forma, el milenio que comienza nos presenta un desafío que nos atañe a todos sin distinción: estamos en una encrucijada en la que urge rectificar la economía, partiendo de una concepción antropológica que humanice los procesos de intercambio y globalice nuevos esquemas de solidaridad.

Esta es la inspiración fundamental del Premio Nobel en Economía Amartya Sen, para que la actividad económica vuelva a tener como fin último no la ganancia, sino la persona humana y su necesidad.

Ello solo se logrará impulsando nuevos sistemas de responsabilidad social. Se requieren no sólo análisis cuantitativos, sino enfoques cualitativos, en los que las personas dejen de clasificarse en ganadores y perdedores, y todos se conviertan en cooperadores honestos y equitativos en un esquema de "ganar-ganar".

Para ello, hay que hacer converger esfuerzos en la creación de una economía real y participativa, donde todos los actores sean creadores de progreso, de valores (tangibles e intangibles) y de satisfacción (incluyente e integral).

Profunda renovación

Primeramente, necesitamos activar las íntimas energías espirituales. El moderno utilitarismo, que no es sino un opuesto dialéctico del socialismo horizontal y materialista, ha permeado profundamente nuestra mentalidad y nuestra vida, induciendo el olvido de los valores que propulsan el auténtico progreso humano. Egoísmo, avaricia, relativismo y hedonismo están borrando la generosidad original, la inventiva, la solidaridad y el compromiso que edificaron las bases de nuestra civilización. Para emprender la más desafiante y urgente tarea, son requisito básico la reflexión, el estudio, y la disciplina física y mental.

Sociedad civil

En segundo lugar, hace falta vivificar la participación de la sociedad civil. Según Francis Fukuyama, las consecuencias de no contar con sociedades vivas y organizadas son devastadoras. La Unión Soviética y los países del Este, en donde el tejido social fue completamente destruido, son ejemplo inobjetable a este respecto.

Si la creación de una sociedad civil rica y comprometida no es el resultado natural de la economía de libre mercado ni de la democracia, y si los planteamientos de Fukuyama son acertados, y si una cultura basada en la cooperación es requisito esencial para la formación de una sociedad próspera, la discusión actual acerca de la participación debe aumentar de modo necesario.

Participar no es un lujo altruista ni una actividad marginal. Se trata de asegurar la subsistencia de nuestra propia civilización. Hay que encontrar nuevas formas de intervenir, de solidarizarse, de cooperar para que los cambios se den en la dirección y en los tiempos adecuados.

La sociedad civil, compartiendo e innovando valores, debe alimentar una estrategia eficaz para desarrollar una vida económica social en una perspectiva local, regional y global.

Nuevos esquemas

En los últimos cincuenta años hemos atestiguado cómo unas pocas transnacionales se han extendido por el mundo precipitando los recursos, la producción y los salarios. Los números revelan lo absurdo que es querer describir la economía occidental como de "libre" comercio, cuando veinte, de los veintiséis países industrializados llegaron a tener más medidas proteccionistas a finales de los noventa que a inicios de los ochenta. Y un atento análisis del proceso de globalización, desde las negociaciones previas al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) hasta las medidas políticas del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), muestra que más bien se puede hablar de un neo-intervencionismo que asegura a las transnacionales el libre acceso a los recursos de las regiones y a su mano de obra barata. Las transacciones comerciales de las 350 empresas más grandes del mundo, realizaban a finales de siglo cerca del 40% del comercio global representando más de un tercio del comercio de los Estados Unidos. Si bien se ha facilitado el desarrollo, la concentración del mismo hace que los resultados sociales y ambientales sean amenazadores.

Pero, a pesar de los desequilibrios, está surgiendo una conciencia empresarial deseosa de fomentar un mercado que impacte en lo social directa y positivamente. Un ejemplo de ello son las franjas de inversión ética, donde diversos inversionistas están optando por moverse sólo entre aquellas opciones bursátiles de empresas con responsabilidad social y ambiental (sólo por mencionar algunas sociedades: www.socialinvest.com  / www.realmoney.org  / www.greencentury.com  / www.calvertgroup.com ).

Grupos de filantropía, asociaciones civiles, unidades y redes productivas, ONG's, empresas y autoridades responsables, todas ellas constituyen una auténtica esperanza en un mundo que de otra manera continuaría marchando hacia la polarización, la frustración, la desesperación y la violencia.

Todas esas agrupaciones deben coordinar e intercambiar experiencias y esfuerzos. Han de transformarse en semillas catalizadoras de procesos donde todos, como verdaderos actores, incrementemos niveles de responsabilidad, esfuerzo y productividad socioeconómica, para neutralizar los efectos negativos de las megaestructuras sabiendo aprovechar sabiamente sus potencialidades.

Por lo mismo, la solución integral debe compartir reciprocidades y construir puentes de intercambio. El reto de las instancias privadas y públicas es el de promover con elasticidad, subsidiaria y solidariamente, los nuevos esquemas de mercado social, en donde se establezca una nueva cultura laboral y productiva que compagine los diversos regímenes con el principio del bien común. El Estado como garante y propulsor de esa economía, no distorsionando sino, al contrario, desembarazándose de sectores que abultan su presupuesto, y que bien podrían estar gozando de importante propulsión y apoyo por parte de inversión y gestión privada.

El desafío local, regional y global, está demandando aprender a trabajar mediante enfoques sistémicos y holísticos, combinando la responsabilidad y la participación solidaria con maravillosas invenciones humanas y tecnológicas como la Internet. Hay que vincular empresas, proyectos de gobierno y cadenas productivas con instituciones y grupos que en otras partes de la nación o del globo pueden intercambiar valores (tangibles e intangibles) de forma crecientemente cohesiva.

Medianos y grandes productores muchas veces logran sobrevivir de espaldas a la población, tragados en un proceso que los acaba convirtiendo en especuladores o en adoradores de las grandes fusiones.

Por contrapartida, la nueva economía necesita circuitos que se inserten en dinámicas con destino social. Un nuevo empresariado productivo y comprometido debe ser formado entre aquellos que luchan por crecer con dignidad, construyendo una economía que incluya no a pocos, sino a todos. Si no generamos auto-responsabilidad, muy poco o nada se podrá lograr en el mediano y largo plazo.

La brecha entre microeconomía y macroeconomía se debe resolver a través de sinergias tácticas que desemboquen en una mesoeconomía digna y sostenible. No caridad ni subsidios, sino inversión social e innovación productiva. Mucho más importante son el conocimiento, la confianza, la reciprocidad y la participación.

Por ello, hace falta que los inversionistas se solidaricen y asuman los riesgos como asociados comprometidos, facilitando una inversión integral que comprenda estudios de necesidad social, reticulación, capacitación, experimentación e innovación, apostando al fortalecimiento del tejido social y colaborando activamente con él.

Creación de sinergias

En este contexto, hace falta desarrollar laboratorios que vinculen iniciativas competitivas y cooperativas con programas generales de desarrollo.

Diversas experiencias de economía social merecen la atención de instancias públicas y privadas. No se trata de discursos utópicos, sino de realidades que están confirmando cómo es posible desarrollar una economía solidaria. Bancos comunales, redes de intercambio, inversiones de promoción, sistemas de multitrueque, dinero alternativo, empresas solidarias, fondos de mutuo beneficio, cajas de ahorro y moneda social preconvenida, muchos de ellos interconectados ya globalmente, son ejemplos fehacientes de que un nuevo mercado social es no sólo factible, sino fácilmente gestionable. Se trata de otra globalización fundada en la cultura de la cooperación y la ética de la solidaridad.

Mientras el cooperativismo es una organización de la economía social alternativa, los excesos del neoliberalismo son el camino de la competencia desmedida y de la exclusión. Por ello, urge reorganizar la economía no en función del dinero, sino en función de la sociedad. Ganancia como motor, persona humana como destino.

Sostenibilidad y nuevo dinero

Las características de esta nueva economía social son la identidad, la seguridad y la sostenibilidad. La primera se refiere a la fortaleza intrínseca para responder a los retos y compromisos en el largo plazo. La segunda establece las formas de proteger los procesos resolviendo los conflictos sociales por una vía no violenta. Y la tercera señala el objetivo de intercambiar equitativamente bienes, servicios y conocimientos en vistas a mejorar el nivel de vida de las personas, las familias y las comunidades. Es por ello que la meta de la economía social se podría sintetizar en el lema "Vida Digna y Sostenible".

A este respecto, un elemento esencial de la sostenibilidad podría ser la incorporación paralela de moneda alternativa.

El actual intercambio de moneda fiduciaria crediticia por bienes y servicios, está intrínsecamente basado en un colosal fraude histórico.

A partir de 1971, cuando los Estados Unidos incumplieron unilateralmente el compromiso de respaldar sus dólares con oro, la nueva doctrina de los dueños del dinero obligó a que el tipo de cambio pasara a ser flotante y alejado de cualquier patrón sólido y estable. Esto provocó que las monedas nacionales se convirtieran en mercancía, por lo cual se multiplicaron las prácticas de usura, especulación, emisión monetaria irresponsable, excesiva ampliación del crédito y, finalmente, usurpación de la riqueza real y productiva, con el consiguiente deterioro del bienestar de pueblos y naciones.

Desde entonces, mientras que las reservas de oro en los bancos centrales crecieron un 12%, los dólares en circulación aumentaron un 12,300%, acumulando una inmensa montaña de papeles verdes que a final de siglo llegó a 1 millón 140 mil millones de dólares.

Justificándose con la doctrina keynesiana, inundaron los mercados mundiales de liquidez ficticia y los gobiernos nacionales se hicieron cómplices de un sistema que les permite emitir papel moneda para financiar el gasto público.

A corto, mediano y largo plazo, quien paga los costos de ese fraude es la población. Una devaluación del peso mexicano frente al dólar del 84,700% en los últimos 25 años, es una elocuente manifestación de lo que ese modelo ha infligido a las naciones.

Con ese sistema, la única salida es castigar los salarios para privilegiar las exportaciones y obtener más reservas de divisa. El trabajador, sin saberlo, subsidia las importaciones y paga los costos de una carrera global suicida por ver qué país produce más barato.

Los Estados Unidos imprimieron tántos dólares que su valor ha caído sustancialmente desde 1945. Sin embargo, nunca han sufrido la inflación. Simplemente la exportan al resto de las naciones. Éstas la han tenido que soportar en fuerza de la "paz" que los norteamericanos mantienen mediante la imposición de su Nuevo Orden.

Un colapso final del mundo capitalista podría suceder (según monetaristas internacionales como Giuseppe Palladino) precisamente por este monumental fraude que contraviene todas las reglas de la naturaleza humana y de la misma economía, y que desde hace varios años ha traspasado el llamado "límite crítico". Por ello, no sería descabellado comenzar a introducir el uso de dinero comunitario y moneda de valor intrínseco, en el marco de nuevos sistemas de crédito y multitrueque de valores sólidos y vitales.

Cada actor social es un productor (de bienes o servicios) y un consumidor. Hacen falta sistemas que vinculen directa y positivamente ambas dimensiones, sin depender siempre de instancias y factores externos que arbitrariamente le otorgan o le quitan valor a la moneda y a los intercambios. Un valor fiduciario está necesariamente sujeto a la confianza, pero también al miedo, a la manipulación, a la avaricia y a la corrupción.

Diversas redes sociales locales han introducido exitosamente cheques de trueque que facilitan el intercambio de bienes y servicios. La Internet ha facilitado incluso la vinculación de iniciativas regionales y globales.

Por otro lado, la moneda de plata comienza a ser considerada como instrumento final de ahorro, sin excluir que también pueda circular como herramienta de intercambio, y que asimismo circulen billetes redimibles denominados en plata. Al menos en México, ésta es una posibilidad contemplada ya por la ley (art. 2 bis de la Ley Monetaria vigente).

El 29 de septiembre de 1999, la Academia de Finanzas Públicas, en voz de su presidente, Aurelio Reyes Larrauri, presentó la propuesta de introducir paralelamente una nueva moneda de plata para México, dado que ésta cumple los requisitos de un verdadero sistema monetario: autenticidad, estabilidad, universalidad, compatibilidad, racionalidad y adecuación.

El metal no impide el crédito, lo regula para que no provoque otro deterioro como el que hemos padecido continuamente con el ya desgastado sistema de monedas sin respaldo.

Por cuanto respecta a los costos sociales, sobre todo cuando los Estados Unidos han entrado en recesión, si la moneda local tiene un valor subjetivo con relación a la moneda de otro país, su incesante devaluación modifica substancialmente el tamaño de un crédito contraído, encarece las importaciones, disminuye el monto de los capitales y vuelve impagable las deudas, reduciendo la capacidad de compra del trabajador y aumentando incesantemente la miseria y la pobreza del país. En ese panorama, el enorme desequilibrio en la balanza de pago, aunado a la tendencia a la baja en los precios del petróleo, hace que necesariamente se abra este debate.

El dinero emitido sin respaldo, siendo crédito que los gobiernos se otorgan a sí mismos, prescinde de los elementos esenciales del crédito: no hay contraprestación, no hay interés a pagar y no está pactada la devolución del principal. Quien paga los costos es siempre la población.

La moneda fiduciaria tiene dos funciones: representar un valor preexistente, o constituir un crédito. Y el dólar ya no es prácticamente más que lo segundo, con el agravante de que rebasar la capacidad de pago lleva a un solo desenlace: la quiebra. A eso está conduciendo la insensata solución de inventar más y más crédito de la nada.

Además, entre la moneda sólida y la moneda fiduciaria sin respaldo, está el tema del derecho de propiedad privada, central entre los derechos humanos y fundamental para prevenir que nuevas devaluaciones afecten a la población.

Conclusión

Es urgente vincular y fomentar las tendencias locales, regionales y globales inspiradas en valores humanos y principios éticos. Diversas corrientes culturales, sociales, ecológicas y espirituales deben converger en estos momentos tan particulares.

Definitivamente es posible superar las deficiencias del neoliberalismo y ahuyentar la amenazante violencia de la nueva izquierda irracional. La exasperación que surge por todos lados debe servir de fermento catalizador que se transforme en energía creativa y positiva para ayudar a construir una nueva civilización en donde la convivencia se rija por formas prácticas de humildad, respeto, sacrificio, amor, sabiduría y gozo.

"La convicción de que el capitalismo como 'sistema' de producción pueda efectivamente ser 'orientado' al desarrollo humano, evitando las distorsiones del liberalismo económico, ha sido por mucho tiempo una esperanza. Hoy, frente a cuanto está sucediendo después del fin de la era industrial, ¿se puede decir quizás que esta esperanza está más cerca de convertirse en realidad?". Bartolomeo Sorge.

 

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:19 -0600