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Madre de corazón abierto

Una de las imágenes que el Papa Francisco se ha propuesto rescatar en su proyecto evangelizador es el de la maternidad de la Iglesia. Él gusta hablar de la Iglesia como de “nuestra Madre”, devolviéndole el título hermoso que aprendimos de nuestros padres, antes de la desacralización. Nosotros escuchamos hablar en familia de “Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica”, así, con mayúscula, y con todos esos y más títulos de honor. Al templo parroquial acudíamos como a nuestro propio hogar. Ahora, el Concilio ha dado también a la Iglesia títulos hermosos para esclarecer su “misterio”, la mayoría tomados de la santa Escritura. La llama Pueblo peregrino y santo de Dios, Morada del Espíritu, Cuerpo místico de Cristo, Familia de Dios, “Viña del Señor” y, con san Pablo, la nombra Jerusalén de arriba y Madre nuestra (LG, 6).

Aunque el título de Iglesia madre se suele reservar casi en exclusivo para la Iglesia de Jerusalén, lugar histórico de su nacimiento y origen apostólico, la maternidad de la Iglesia la desarrolla el Concilio al hablar de la maternidad de la Virgen María. El Documento de Puebla lo resume de manera feliz: “La Iglesia, con la evangelización, engendra nuevos hijos… Con ese parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre” (n.288). Cada vez que se bautiza un niño el parto de María se renueva. La fuente bautismal es el seno materno de la Iglesia que, fecundado por el Espíritu Santo como el de María, engendra un nuevo hijo de Dios.

María es el modelo humano más acabado de la Iglesia. Por ella somos engendrados y acogidos como hijos y hermanos en la familia de Dios. Las virtudes y actitudes de María deben reflejarse en la vida de la Iglesia.  María no sólo acogió al Salvador, sino que  lo presentó a los pastores y a los reyes de Oriente, lo llevó a Isabel y lo ofreció a toda la humanidad. Es Madre de Jesús para los demás. Explicando esta actitud, el Papa nos dice que “la Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas”. Es “la casa abierta del Padre” que, como el de la parábola, esperaba sin descanso el retorno del hijo pródigo. La Iglesia tampoco se cansa de esperar. En este hogar singular, en esta casa de la misericordia para todos los que desean acogerse a su sombra protectora, a los pobres corresponde un lugar especial: “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer” (EG 48), concluye el Papa.

Oigamos su entusiasta invitación: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”. Nadie tenga temor, pues “es preferible una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro”. Un símbolo plasma la urgencia de su llamado: ”Uno de los signos concretos de esa apertura es tener los templos con puertas abiertas en todas partes”, dice el Papa. Que nadie se lleve el frentazo de toparse con la frialdad de las puertas cerradas del templo. Templo con puertas cerradas acusa derrota pastoral.

La Jerusalén celestial, incoada en la que aquí peregrina, tiene las puertas abiertas hacia los cuatro puntos cardinales. Es ciudad de puertas abiertas y no cárcel con portones y cerrojos. El Papa usa la figura de la “aduana”, con policías y detectores. Fuera quedarán los renegados y los incrédulos (Ap 21,8), los que se negaron a entrar. La Iglesia será siempre “Madre de Corazón abierto”, y así la queremos ver.

+ Mario De Gasperín Gasperín