La primera pregunta del catecismo era sobre Dios: ¿Cuántos dioses hay? Y la respuesta corregía inmediatamente el plural: Hay un solo Dios. Así se descarta de raíz el politeísmo y se proclama la unicidad absoluta de Dios, que es la base y fundamento de la fe cristiana. La segunda pregunta era: ¿Quién hizo todas las cosas? y la respuesta inmediata confesaba: Dios hizo todas las cosas. Estas peguntas sencillas reflejan la primera verdad del Credo, nuestra confesión y profesión de fe católica: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que arranca desde los Apóstoles y, más allá, desde las primeras páginas del Génesis.
Con esto vemos que la idea de Dios viene de muy atrás. Para ser exactos, desde los orígenes de la humanidad, aunque no haya sido con el mismo nombre. La razón es fácil de comprender, porque el hombre no puede deshacerse tan fácilmente de su naturaleza de creatura, y el adn de la creatura es remitirse al Creador. Si no, no fuera creatura. Pero esta dependencia y conexión en el mismo ser, en el origen de la misma existencia, se expresa de diversas maneras en las variadas culturas. Por eso, Dios recibe diversos nombres y reviste necesariamente los colores y concepciones de cada una de esas culturas. La idea e imagen de Dios que tenemos es la que recibimos de nuestra familia, de las oraciones que aprendimos de nuestra madre y tal vez de las explicaciones de la catequista y hasta del sacerdote de la parroquia.
Esto es muy importante porque la idea y la imagen que tenemos de Dios, depende de los otros. Depende de una tradición, aquí de la cristiana. No la inventamos sino que la recibimos y la aceptamos con sus riquezas y limitaciones, con sus claridades y oscuridades. Después la vamos matizando y perfilando con nuestras propias experiencias y reflexiones. En la medida en que vamos enriqueciendo nuestra vida con nuevos conocimientos científicos y tecnológicos, se nos van abriendo nuevos horizontes y generando cuestionamientos intrincados sobre el origen del universo, sobre nuestra propia naturaleza y nuestro destino. Y sobre Dios. Aquí aparecen mil cosas más que ya no cuadran con las ideas e imágenes del Dios creador del cielo y de la tierra tal y como nos lo habíamos imaginado. Y comienzan las dudas y cuestionamientos, quizá no tanto sobre la fe, sino sobre el modo de entender la fe, sobre esas imágenes con que nos hablaron de Dios. Imágenes sencillas y simples, no falsas, pero sí insuficientes. Es verdad, que Dios será siempre un misterio, un Dios oculto, pero al mismo tiempo es luz, claridad, bondad y belleza, que por su obras y palabras podemos percibir. Para lograrlo se requiere interés, búsqueda y humildad. Lo más fácil es minimizar el asunto y postergar todo lo referente al cultivo intelectual y espiritual que exige la fe católica.
Con este breve recorrido podremos explicarnos la situación de numerosos de nuestros intelectuales, científicos, dirigentes y profesionistas en general, que en asuntos de fe todavía visten el moñito de la primera comunión. No crecieron en la fe. Aunque se sigan sintiendo católicos, nada de ello tienen en la práctica, sobre todo en la vida pública. Sólo admiten como verdadero lo que entra dentro de su sistema e ideología. Como Dios no cabe en ideologías como el materialismo, el positivismo o el laicismo que profesan, le decretan descanso obligatorio. Lo meten en el cajón. Pero ellos ocupan su lugar y pretenden cambiar el orden natural de la sociedad y de la creación.
Mario De Gasperín Gasperín