La palabra fue utilizada por Francisco durante el pasado viaje a Perú y enseguida saltó a las portadas de todo el mundo. ¡Un Papa que echaba mano de un vocablo tomado de la izquierda que, desde luego, no pertenece a la tradición de la Iglesia! Hubo gente que lo recibió casi con aplausos, pero también muchos otros que torcieron el gesto.
Hay algo mucho más importante que el origen y el uso de una determinada palabra: si obedece o no a la realidad… y, por desgracia, el feminicidio es un hecho habitual en el mundo que nos rodea.
Dejando a un lado a México en el año 2016 hubo 1.831 mujeres que fueron asesinadas en América Latina por razón de su sexo. Si añadimos también a México las cifras se disparan porque en el país, y aunque los datos son muy disputados, entre el año 2000 y el 2014 los feminicidios ascendieron al menos a 26.267, y entre el 2015 y el 2017 el incremento de casos ha llegado al 72%. De todos estos crímenes se calcula que aproximadamente el 60% quedan impunes, lo que es sencillamente escandaloso.
La Iglesia, debemos reconocerlo, con frecuencia ha sido poco sensible a la condición y a las necesidades de las mujeres. El clericalismo y cierto espíritu conservador nos han impedido darnos cuenta de la importancia del papel que deben tener en la vida eclesial. Aunque muchas veces se habla de iniciar reformas que lleven a puestos de responsabilidad a mujeres con valía probada, basta con mirar al Vaticano para darnos cuenta de que los pasos son lentos y no siempre tan decididos como se debería. Francisco está siendo un impulso para cambiar este hecho, y seguramente lo vaya a ser más en los próximos años.
Porque, no nos olvidemos, detrás de los feminicidios hay una ideología destructiva como es el machismo. Los hombres y las mujeres somos diferentes, y no sólo en los genitales, pero eso no significa que los varones seamos superiores ni que tengamos derecho a utilizar la violencia como una forma de dominación que socava la dignidad de la mujer y nos envilece a nosotros.
Es preciso aceptar la liberación de la mujer, su independencia y su capacidad, y dejar ya de lado actitudes que fomentan el sufrimiento y que son radicalmente anticristianas.
Por Marcelo López Cambronero