Así como los demonios conocen a Cristo y hasta se postran ante Él, y no por ello alcanzan el perdón ni la salvación; así también todos saben que Cristo murió, pero no todos creen que resucitó, y ellos tampoco alcanzan el perdón ni la salvación.
En efecto, el Evangelio da a conocer cómo los demonios saben quién es Jesús y pueden hablar con él: “Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el “Santo de Dios” (Mc 1, 24). También proclaman su divina identidad: “Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con fuerte voz: -¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? (Mc 5, 6-7). Pero, como se sabe, no son sujetos de salvación.
Con respecto a la muerte y Resurrección del Señor, en su elocuente sermón referente al salmo 122, San Agustín explica que “todos creen que Cristo murió” pero no todos creen que resucitó: “El Señor pasó, por la pasión, de la muerte a la vida, y se hizo camino a los creyentes en su resurrección para que nosotros pasemos igualmente de la muerte a la vida. No es cosa grande creer que Cristo murió. Esto también lo creen los paganos, los judíos y todos los perversos. Todos creen que Cristo murió. La fe de los cristianos consiste en creer en la resurrección de Cristo. Tenemos por grande creer que Cristo resucitó. Entonces quiso El que se le viera, cuando pasó, esto es, cuando resucitó. Entonces quiso que se creyese en Él, cuando pasó, porque fue entregado por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación. El Apóstol recomendó sobremanera esta fe en la resurrección de Cristo cuando dijo: ‘Si creyeses en tu corazón que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos, te salvarás’. No dijo: ‘Si creyeses que Cristo murió’, lo cual también creyeron los paganos, los judíos y todos sus enemigos, sino si creyeses en tu corazón que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos, te salvarás. Cree esto.”
En la Resurrección de Cristo, sin haberlo visto, se trata de creer o de no creer, y creer es una gracia que proviene del cielo y que Dios obsequia con ella a quienes él quiere obsequiar. ¿Y a los que no…? A ellos son a quienes habremos de evangelizar y encomendar al favor del Señor Jesús.
Jesús verdaderamente resucitó, y para dar muestra de su resurrección se apareció a varios de sus discípulos y comió con ellos. Nadie puede demostrar que los cadáveres comen. Sin embargo, Cristo sí comió, precisamente porque resucitó.
En el transcurso de los días entre la Resurrección de Jesús y su Ascención a los cielos, fue abolido el temor de la muerte funesta y proclamada la inmortalidad, no sólo del alma, sino también del cuerpo.
El papa san León Magno explica, en su Discurso 71, que “La Resurrección del Salvador no retuvo mucho tiempo su alma entre los muertos, ni su cuerpo en la tumba; la vida regresó muy pronto a su carne incorrupta que pareció más bien haberse dormido y no haber dejado de vivir. En efecto, la divinidad que no se había retirado de los dos componentes del hombre así asumido, reúne con su poderío lo que su fuerza había separado. Se sucedieron muchas pruebas, destinadas a fundar la autoridad de la fe que debía predicarse en el mundo: la piedra rodada, la tumba vacía, los lienzos echados a un lado, los ángeles que narran lo sucedido, todo ello puntualiza ampliamente la verdad de la Resurrección del Señor; sin embargo, se manifestó y se presentó ante las mujeres y en diversos momentos a los apóstoles; y no sólo estaba con ellos, sino que además convivía entre ellos, comía en su compañía, y permitía que lo examinaran de cerca y lo tocaran curiosamente aquellos que aún dudaban. En efecto, entraba con las puertas cerradas en casa de sus discípulos, les daba el Espíritu Santo que soplaba sobre ellos iluminando su inteligencia, les desvelaba el secreto de las Escrituras, y aún más, les enseñaba la llaga de su costado, los agujeros de los clavos, y todas las señales de la reciente Pasión; todo ello para dar a conocer que las características de la naturaleza divina y de la naturaleza humana estaban en él totalmente separadas y para que aprendiéramos que el Verbo no es idéntico a la carne, aunque confesamos que el Hijo de Dios es a la vez Verbo y carne” (Discurso 71).
Que Cristo murió es un hecho consumado, y que resucitó también lo es. Creer en esto nos gana la vida.
Por Roberto O’Farrill / verycreer.com