Reflexión homilética 2 de septiembre de 2018
Hoy la humanidad se cree que es más grande que Dios porque lo ha desplazado.
No quiere escuchar a Dios.
No quiere que le mande nadie. Pero… podemos fijarnos en la historia de hace cincuenta años y pensar lo que sucederá dentro de otros cincuenta y nos daremos cuenta fácilmente de quién es más grande, Dios o el hombre, la criatura o el Creador.
Deuteronomio
Moisés hablaba en nombre de Dios:
“Escucha Israel los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor os va a dar”.
Dios puede mandar porque es Dios. Es el Creador y evidentemente es más grande que tú.
Y lo primero que pide es que le escuches.
Hasta por bien parecer debemos escuchar lo que nos dice el Señor, sea personalmente en la intimidad o sea a través de su Palabra.
Escuchando descubriremos la verdad de lo que quiere el Señor sin las interpretaciones de los hombres.
No manipules los mandatos del Señor “ni añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada”:
Si eres inteligente comprenderás que nunca es bueno cambiar lo de Dios por lo nuestro.
Otra afirmación del Deuteronomio es que nos fijemos en que no hay “ninguna nación tan grande que tenga a sus dioses tan cerca de sí como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos”.
Y si esto era realidad en el Antiguo Testamento, ¿qué diremos ahora que Jesucristo se ha quedado con su Iglesia para siempre?
La cercanía de Dios es la maravilla más grande.
El Señor también nos hace una pregunta a los que vivimos hoy:
“¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos o decretos sean tan justos como toda esta ley que os doy yo?”.
Si examinamos la historia veremos la decadencia de la humanidad cuando ha actuado en contra de los mandamientos de Dios.
Salmo responsorial (14)
“Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”
El salmista nos aclara lo que debe hacer una persona que quiere vivir en la casa del Señor.
Son cosas que en realidad ayudan al individuo y hacen feliz a la sociedad. Por ejemplo:
Proceder honradamente, practicar la justicia, no calumniar a nadie, ni difamarlo, no hacer mal al prójimo y rechazar la impiedad; honrar a los que temen a Dios, no aceptar sobornos, no extorsionar al prójimo prestando dinero con usura.
Una serie de consejos que nos permitirían vivir más felizmente en nuestra sociedad abrumada por la corrupción.
Santiago, apóstol
Nos advierte el apóstol que “todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros”.
Debemos permanecer en continua acción de gracias al Señor por tantos dones que nos permiten vivir en paz, en cuanto a la vida personal. Debemos aceptar su Palabra para salvarnos.
Sin embargo nos aconseja que evitemos caer en la trampa de escucharla y no llevarla a la práctica.
Escuchar y no practicar sería “engañarnos a nosotros mismos”.
Finalmente, Santiago nos invita a vivir las obras de misericordia y evitar el pecado.
Verso aleluyático
Dios es nuestro Padre porque nos engendró en Cristo y por Cristo, para que seamos hijos adoptivos y con su Espíritu Santo podamos llamarle “Padre”, como lo llamaba Jesús.
Evangelio
En el Evangelio podemos meditar las palabras de Isaías que Jesús hace suyas.
Son una invitación para que salgamos de la frivolidad:
De hecho nosotros con frecuencia nos fijamos en lo externo, en lo accidental. Digamos que nos gusta tener las flores, pero no queremos cuidar las raíces de la planta y por lo tanto nos quedamos pronto sin flores y sin fruto.
Jesús nos recuerda estas palabras de Isaías en concreto:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Este es el peligro que tenemos todos. Fácilmente hablamos o rezamos con los labios mientras el corazón se pasea por entre fantasías, sentimientos y gustos muy lejanos a la oración.
La verdadera plegaria debe consistir en buscar la unidad entre lo que decimos con los labios, lo que pensamos con nuestra mente y lo que nos llena el corazón.
Lo contrario a esto lo llamará el profeta “un culto vacío” donde lo que menos importa es lo que nos pide el Señor. Preferimos seguir nuestros gustos.
Finalmente, hagamos una pequeña reflexión sobre la diferencia entre la Tradición y las costumbres o tradiciones de que habla San Marcos:
“Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.
No es raro que pase esto a veces entre los católicos.
Cumplimos las tradiciones o costumbres del pueblo y dejamos de lado las enseñanzas de Dios que recibimos a través de la Iglesia. Sobre todo en la Biblia y en la Tradición tan distintas a las tradiciones de los hombres de las que habla Jesús.
Aprendamos, pues, primero a escuchar con atención las enseñanzas del Señor y en segundo lugar, a vivirlas con fidelidad para poder finalmente transmitirlas a los demás.
Feliz domingo para todos.
José Ignacio Alemany Grau